En su proceso Jean Francois navega los mercados de la Ciudad de México, donde la convivencia entre productos plásticos y orgánicos se convierte en la inspiración de una relación táctil. Un molde de silicon puede ser la siguiente herramienta potencial, o el contorno de unos guantes de cocina la línea del dibujo que da inicio a una nueva pintura. Una especie de categorización del caos que reina el mercado es necesaria, y al llegar a su estudio el lienzo se convierte en el agente del orden. Sin tratar de nombrar lo que sucede en el cuadro, entre formas que se independizan de su origen, el discurso se va escribiendo tras las huellas del proceso. El regreso a ítaca se intuye, más nunca se concreta, con otra visita al mercado vuelve a zarpar el barco.
